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[Actualizado el 12 de diciembre de 2023]
La subida de tipos ha pasado de ser una afirmación abstracta sobre el futuro a convertirse en realidad. A principios de marzo de 2022, la Reserva Federal de EEUU aprobó la primera subida en años – del 0,25% – que vino seguida de más aumentos, hasta llegar al 5,25% actual. Su principal objetivo era frenar la espiral inflacionista en la que la economía global se ha visto envuelta durante los últimos meses.
Parece que esta dinámica no sólo se está aplicando en EEUU, pues los bancos centrales del viejo continente también han efectuado algunas subidas de tipos en los últimos dos años.
En el Banco Central Europeo, por su parte, también realizó una primera subida de 50 puntos básicos en julio de 2022 que desencadenó una serie de aumentos posteriores que han situado la tasa de interés en el 4,50%.
A diferencia de la FED, la posición del BCE ha sido un tanto más prudente, pues la situación en ambos territorios no es la misma. En un ecosistema económico en que las decisiones tomadas no afectan a todos los países por igual, la entidad europea debe tener más precaución a la hora de decidir y contemplar las posibles consecuencias para todos los miembros de la UE.
Lo que está claro es que la economía global se estaba adentrando en una situación que requería de medidas inmediatas antes de que fuera demasiado tarde. La inflación y el aumento de la deuda (tanto pública como privada), sumado a los aprendizajes de la recesión de 2008, han empujado a los principales bancos centrales a tomar decisiones.
Hasta ahora, los bajos tipos de interés implicaban una política monetaria expansiva para potenciar la recuperación, en la que el dinero parecía que era gratis y el endeudamiento se iba produciendo en un entorno de aparente tranquilidad. A raíz de esto, la inflación ha ido aumentando y, algo que en un inicio parecía temporal, ha venido para quedarse, por lo menos, un tiempo.
Con este cambio en la situación económica las empresas y, en especial, el departamento de finanzas deberán prever las consecuencias de estos cambios y anticiparse. ¿Qué podemos esperar?
Entre las lecciones de la crisis de 2008, destaca el tener más precaución a la hora de subir tipos, tal y como comprobamos a raíz del “error Trichet”.
Como ya es sabido, una subida de tipos ayuda a estabilizar la economía, pero enfoca la dirección hacia una política más restrictiva. El coste del crédito aumenta ya que el dinero ahora es más caro, por lo que las empresas – y los particulares – lo tienen más difícil para acceder a liquidez.
Esto puede llevar a determinadas empresas a tener que utilizar y hacer acopio de sus propios recursos para seguir creciendo o, incluso, sobrevivir. La inversión y el gasto se reducen al mismo tiempo que la concesión de préstamos y, por su parte, el ahorro se convierte en primordial ya que el acceso al dinero está más limitado. La economía expansiva se va reduciendo, pues la inversión y el uso de recursos se limitan.
Con un acceso al crédito ya de por sí limitado a raíz de la anterior crisis económica, los bancos aumentan el beneficio en sus operaciones, pero éstas se ven reducidas a causa de la desincentivación del consumo y el aumento del riesgo.
A causa de este aumento del coste del crédito, las empresas ven su acceso a los recursos económicos limitado. Es entonces cuando se acogen a una política de austeridad en la que la inversión y el riesgo no entran en los planes.
Los tipos de interés bajos habían fomentado hasta ahora una filosofía de recuperación en el tejido empresarial. Las empresas tenían acceso a liquidez para llevar a cabo proyectos y alimentar la rueda económica. Con el aumento de la inflación, los bancos centrales se han visto en la encrucijada de tener que elegir entre crecimiento o la estanflación que nos acecha desde hace meses.
De esta manera, los departamentos financieros han tenido que apretarse el cinturón y controlar mucho más los gastos. La previsión de restricción y encarecimiento del crédito que nos espera requerirá de una mayor planificación y control del dinero que entra y sale. Esto será crucial para el correcto desarrollo económico de la empresa.
En un mercado en que el aumento de costes ya es una constante, una subida de tipos será un potenciador más de esta situación. Hace poco conocíamos que un 51% de las empresas españolas afirmaba que subiría sus precios a causa del encarecimiento de materias primas y suministros.
Cuando el coste del capital necesario para crecer es más caro, las empresas acostumbran a repercutirlo en los bienes y servicios que venden. En el momento en que otras empresas adquieren estos productos encarecidos, se crea un efecto dominó que suele terminar en un esfuerzo por parte del consumidor final.
Para las empresas, adquirir las materias necesarias para ejercer su actividad a un precio superior al habitual supone una dificultad extra. En un entorno como el mencionado anteriormente, en el que el encarecimiento del crédito obliga a las empresas a acogerse a una política de austeridad, este hecho complica la situación.
Una subida de tipos a menudo implica un aumento del ahorro tanto de consumidores como de empresas. En este sentido, los bancos suelen empezar a pagar por los depósitos de sus clientes y a competir por su dinero.
La rentabilidad de los depósitos, que hasta ahora era prácticamente 0, llevaba a muchos consumidores y empresas a invertir su dinero con el fin de conseguir un mejor retorno. Con la subida de tipos esta situación podría cambiar y los bancos podrían iniciar una guerra de depósitos. Desde hace unos días hemos ido viendo a algunos bancos, como el Deutsche Bank, mejorar el interés de sus productos.
Aun así, a la rentabilidad ofrecida por los depósitos se le exige ahora una cifra más alta que en otras épocas de intereses positivos, puesto que la inflación se sitúa en la actualidad por encima del 10%. Esto podría frenar este incentivo del ahorro a diferencia de años anteriores, aunque todo está por ver.
Las empresas deberán elegir qué hacer con su dinero considerando todos los aspectos de esta nueva situación: alta inflación, aumento del coste del crédito y rentabilidades mejoradas por sus depósitos (aunque aún bajas).
El objetivo principal para subir los tipos de interés es controlar la inflación. Una inflación desestabilizada puede destruir la economía de un país, tal y como hemos visto al otro lado del Atlántico, donde el peso argentino ya vale más por su metal que como medio de pago.
Una inflación continuada podría llegar a derivar en una situación de estanflación, en la que la inflación es alta, el crecimiento económico se detiene y el paro aumenta. Esta situación, que en un inicio era algo “temporal”, ha exigido medidas drásticas como las que vemos desde hace unos días en los bancos centrales del mundo.
¿Cómo controla exactamente una subida de tipos la inflación? Es sencillo si nos basamos en una situación utópica. Cuando las tasas de interés se incrementan, los bienes y servicios se encarecen ya que el coste del crédito aumenta y, con ello, el coste de producción. Esto deriva en una menor demanda por parte de empresas y consumidores y, a menor demanda, los precios disminuyen y la inflación se reduce.
Es así cómo el alza de tipos busca controlar los precios de una forma preventiva. Con unos precios más estables se podría conseguir situar esta inflación en el 2% a medio plazo, que es el objetivo del BCE.
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Con la ralentización del crecimiento derivada del alza de tipos, el empleo también deja de recuperarse. Esta podría ser una de las razones por las que el BCE aún no se ha decidido a subirlos, ya que la eurozona comprende algunos de los países con mayores tasas de desempleo del mundo – entre los que se encuentra España, con un 13,5% -.
Asimismo, en un entorno en el que el empleo aún no se ha acabado de recuperar desde la crisis de 2008, una subida de tipos no podrá hacer más que perjudicar la situación. La falta de reciclaje de habilidades y la tasa de paro de alta duración son dos consecuencias directas de la crisis anterior que aún están muy presentes.
Como hemos podido comprobar, una subida de tipos tiene múltiples consecuencias para la economía y deriva en una serie de efectos encadenados entre sí. Todos estos efectos tienen relación directa entre ellos, de modo que es muy difícil encontrar un foco en el que centrarse para mejorar la situación.
A medida que los tipos se incrementan, el coste del crédito aumenta. Esto implica el encarecimiento de los precios y la producción. A su vez, el ahorro de empresas y consumidores se incentiva, y el ciclo productivo se reduce por la disminución de la demanda.
Como consecuencia se observa una ralentización del crecimiento empresarial, una bajada en la demanda de trabajadores y, por ende, un aumento del paro. La inflación, por su parte, se estabiliza, facilitando una posterior recuperación de la economía y una reactivación de los mercados.
La subida de tipos, al igual que la bajada, tiene consecuencias positivas y negativas. Es imprescindible que las empresas tengan todos los posibles efectos en cuenta y se preparen para anticiparse a estos cambios, que seguro que se empezarán a notar a corto y medio plazo.
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