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Calcular la huella de carbono ya no es una opción: la Ley 7/2021 de Cambio Climático y Transición Energética y el RD 163/2014 establecen esto como una obligación para las empresas grandes y medianas. Pero, más allá del cumplimiento legal, medir y reducir las emisiones se ha convertido en un factor clave para mantener la competitividad, acceder a financiación y reforzar la reputación corporativa.
Hoy la sostenibilidad forma parte del enfoque de cualquier estrategia empresarial. Y para hablar de finanzas sostenibles, hacen falta datos sólidos que respalden el compromiso.
En este contexto, medir la huella de carbono es la forma más clara y fiable de demostrarlo.
Vamos a empezar por entender mejor qué es la huella de carbono y qué significa en el contexto de una empresa.
La huella de carbono es el indicador que cuantifica la cantidad total de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos, directa o indirectamente, por las actividades de una empresa. Se mide en toneladas de CO₂ equivalente (tCO₂e) e incluye tanto las emisiones propias de consumo energético, como las derivadas de la cadena de suministro, los desplazamientos, el transporte de mercancías y la gestión de residuos. Es decir, la huella de carbono mide en CO₂ todas las emisiones de una empresa.
¿Por qué hay que conocer este valor? Aparte de ser importante por cuestiones medioambientales, también hay que entender que cada tonelada de CO₂ equivale a un riesgo financiero futuro, ya sea en forma de impuestos, de penalizaciones regulatorias o de pérdida de acceso a ciertos mercados.
Por eso, también, para bancos e inversores, disponer de datos verificables de emisiones es fundamental a la hora de conceder préstamos o valorar el riesgo de una empresa.
Como ves, el vínculo entre la huella de carbono de tu empresa y unas finanzas sostenibles es bastante directo.
En resumen, calcular la huella de carbono:
En otras palabras, medir no es un fin en sí mismo, sino la base para gestionar riesgos financieros y ambientales conjuntamente.
Para estructurar el cálculo, se utiliza la clasificación en tres alcances definida por el GHG Protocol, estándar internacional de referencia.
El alcance 3 suele representar el mayor porcentaje de la huella total —en algunos sectores más del 70 %— y es, también, el más complejo de medir, pues depende de datos externos y estimaciones.
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Calcular la huella de carbono requiere de un método claro: recopilar datos, aplicar una metodología reconocida y transformar la información en emisiones para luego analizar y reducir impactos.
En esta guía te resumimos cómo hacerlo:
El principal desafío a la hora de medir la huella de carbono es la calidad de los datos: muchas empresas carecen de sistemas para recopilar información de manera homogénea y continua. Otro reto es lo que se incluye dentro del “alcance 3”, donde la colaboración con los proveedores resulta clave para evitar cálculos basados en promedios genéricos que restan precisión.
Asimismo, la verificación externa se está convirtiendo en una exigencia. No basta con decir “hemos reducido emisiones”: los inversores piden datos auditados por terceros que garanticen credibilidad.
Una vez calculada la huella, el paso decisivo es integrarla en la estrategia de negocio y en las decisiones financieras. Esto implica:
Las empresas que ya avanzan en esta dirección no solo cumplen con las regulaciones, también acceden a mejores condiciones de financiación y atraen a inversores institucionales que buscan carteras alineadas con los objetivos climáticos.
Como ves, medir la huella de carbono es el primer paso hacia unas finanzas sostenibles. No se trata de un trámite burocrático, sino de una herramienta estratégica para anticiparse a los riesgos, optimizar costes y generar valor a largo plazo.
Se hace evidente que en un escenario como el actual, donde las emisiones se están convirtiendo en un indicador financiero de relevancia, aquellas empresas que integren este cálculo en su gestión contarán con una ventaja competitiva decisiva.
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