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Cualquier compañía busca, por encima de todo, ser rentable. De lo contrario, no tendría mucho sentido invertir en crear empresas. Ahora bien, en este paradigma, ha entrado en juego un nuevo elemento que no se puede obviar: la sostenibilidad.
El debate sobre el cambio climático se ha trasladado desde los círculos activistas a los gobiernos, las empresas y los consumidores. La sostenibilidad se concibe actualmente como una inversión porque ya nadie puede eludir que es imprescindible reducir el impacto de la actividad humana sobre el planeta.
Los consumidores están tomando las riendas y demandan productos más respetuosos con el medioambiente. La sostenibilidad es rentable porque conduce a un mundo mejor y, además, produce ROI.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) impulsados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tienen como meta erradicar la pobreza, proteger el planeta y garantizar la prosperidad.
Con una agenda fijada para 2030, los 17 ODS requerirán, según el Fondo Monetario Internacional, una inversión billonaria por parte del sector público y privado. Al mismo tiempo, se espera que esta hoja de ruta, en la que cada empresa puede definir sus estrategias y sus metas, pueda generar más de 380 millones de puestos de trabajo a nivel mundial.
Las compañías españolas están demostrando cada vez mayor implicación en los ODS, incluso por encima de la media internacional. Una de las razones por las que las empresas están incluyendo los ODS en sus agendas tiene que ver con la rentabilidad.
Las empresas están comprendiendo que incluir los ODS en sus planes estratégicos tiene beneficios a corto y medio plazo. Los negocios que promueven la responsabilidad social corporativa y trabajan para desarrollar modelos más sostenibles están mejor preparados para identificar nuevas oportunidades de futuro.
La innovación es uno de los motores de la economía y actualmente pasa, necesariamente, por la sostenibilidad. Las ideas de negocio socialmente responsables resultan más competitivas en un entorno en el que consumidores, inversores y otros grupos de interés tienen el punto de mira en la reputación corporativa.
Vivimos un momento en el que es imperioso encontrar formas sostenibles de vivir, trabajar y producir. La dependencia energética y la deslocalización de la producción han mostrado su peor cara en los últimos dos años.
Los recientes acontecimientos que todos tenemos en la mente ponen de manifiesto la importancia de transformar la economía a nivel mundial. Las empresas deben estar preparadas para afrontar posibles crisis globales.
Así lo entienden los consumidores y los trabajadores: las finanzas de una empresa no solo dependen de sus ventas, sino de su capacidad para captar y retener talento. Por tanto, las nuevas generaciones se identifican con un modelo de empresa socialmente responsable.
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La nueva cultura corporativa se sostiene en los criterios ESG (Environmental, Social and Governance), factores esenciales que los stakeholders tienen en cuenta a la hora de invertir en una empresa.
Cada vez más, los grupos de interés analizan el impacto de las empresas sobre el planeta y la sociedad. La transparencia y el compromiso incluyen información que va más allá de los datos financieros.
El interés de los inversores en las políticas medioambientales de las compañías no deja de crecer. Las empresas que desean descubrir nuevas vías de crecimiento tendrán que ajustarse a los criterios ESG para encontrar el equilibrio entre rentabilidad y compromiso social.
Según el informe Future Consumer Index. Deconstruyendo al consumidor pos-covid y su apuesta por el consumo sostenible, elaborado por Ernst & Young, la sostenibilidad se ha convertido en la principal prioridad de los consumidores, incluso por delante del precio. Más del 50 % de los encuestados se mostraron partidarios de dejar de consumir una marca que incurriese en prácticas poco éticas desde el punto de vista social o medioambiental.
Como consecuencia, las inversiones responsables toman en consideración estos criterios junto a los aspectos financieros. Aspectos como la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, el apoyo a la diversidad, la transparencia y una política de remuneración justa, entre otros, son elementos esenciales para valorar si una inversión será rentable o no.
La cultura de la sostenibilidad es el factor diferencial que más valora la ciudadanía y esta tendencia influye en los resultados financieros. Ser sostenible es rentable a corto plazo porque ayuda a reducir costes. A medio plazo, los modelos de negocio basados en prácticas sostenibles verán aumentar sus oportunidades de crecimiento.
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